Mis
pasos eran lentos, indecisos. Me hubiera gustado pararme a observar cada obra
con mayor detenimiento. Esculturas maravillosas, pinturas magníficas,
fotografías espléndidas… Todas pasaban ante mis ojos sin que éstos pudieran
dedicarles el tiempo necesario que tales obras merecían. El Museo de Orsay era un lugar
enorme y bello, donde el arte podía verse en cada pequeño rincón al que dedicaras
tu mirada. El mismo edificio constituía en sí una obra de arte. De altos techos
acristalados, por los que se filtraban delicados y juguetones rayos de sol y
decoradas paredes con grandes blasones de diversos tamaños que se asemejaban a
un inmenso campo en flor... Tal vez únicamente el gran reloj expuesto en la
pared principal te hacía recordar que anteriormente este museo había sido una
estación de trenes. Me imaginé recorriendo a toda velocidad este lugar en uno
de aquellos viejos transportes, empapándome del inmenso aroma artístico del que
estaba impregnado el aire…
Pero
mi dulce fantasía no duró mucho. Tuve que detenerme al darme cuenta de que lo
había perdido de vista. Corrí durante varios minutos por los inmensos pasillos
blancos, procurando no chocarme con nadie, mientras buscaba su delgada figura
entre la multitud. No respiré tranquila hasta que vi una melena rubia y
revuelta a lo lejos. Intenté calmar los alocados latidos de mi corazón y volver
a respirar con tranquilidad. Allí estaba. Era un muchacho alto, que se movía
con suma gracilidad esquivando a la gente. Tenía la cabeza gacha, lo que no
permitía ver con claridad su rostro de expresión afable y rasgos finos. Sus
pasos eran largos, y no miraba ni un solo cuadro de los que le rodeaban.
En
ese momento, se detuvo repentinamente. Alzó la cabeza y cogiendo aire
lentamente, comenzó a habar. Ni tan siquiera le había dirigido una breve mirada
al cuadro que había elegido, cuando comenzó a describirlo con las más bellas
palabras jamás imaginadas. Su voz llegó poco a poco a todas las personas de su
alrededor, que asombradas ante su mágica retahíla, detenían su paso para
escucharle. Y así, poco a poco, un corro de deslumbrados oyentes se formó a su
alrededor.
Intenté
no dejarme sorprender por este hecho, siempre era igual. Llevaba tiempo
siguiendo a este joven, y soy conocedora de sus habilidades. Por ello, aguardé
a que terminara de hablar. Pero el tiempo pasaba muy lento. Las agujas del
enorme reloj parecían no querer avanzar. Era como si el tiempo también quisiera
detenerse para intentar oírle…
Yo
nunca me había atrevido a escucharle. Tal vez por miedo a caer en su embrujo, o
tal vez porque no quería formar parte de ese gentío que le escuchaba con los
ojos desorbitados. Pero por una vez, la curiosidad resultó vencedora, y me
acerqué hasta la última fila de gente. La voz fue llegando poco a poco hasta mí…
Hablaba sobre el cuadro que tenía tras él. Sobre su historia, sobre lo que
representaba. No me hizo falta observar la obra para saber como era, sus
palabras me permitían verlo en mi mente. Sus frases formaban parte de la
historia del mundo, de una historia de la que únicamente él era conocedor.
El
tiempo pasó muy rápido bajo el amparo de su voz, y cuando su último sonido se
extinguió, todo quedo sumido en un silencio vacío. Mis mejillas estaban húmedas
por las lágrimas que habían surgido de mis ojos al escuchar tan bella
composición…
Era
la primera vez que le escuchaba. Le había seguido por varios museos de París,
pero en ninguno de ellos el miedo se había dejado aplacar por la curiosidad
para poder acercarme a él. Pero el haberle escuchado no había disipado mis
dudas acerca de su don, tan solo las había acrecentado. ¿Cómo lograba ser
escuchado? ¿De dónde sacaba tan bellas palabras?
Su
figura ya comenzaba a desaparecer entre la lejanía cuando salí de mi sopor y
corrí tras él. Hoy no me iba a permitir perderlo. Hablaría con él, y con sus
delicados versos me daría mi tan anhelada respuesta.
Andaba
muy rápido, como si quisiera desaparecer. Pero con un gran esfuerzo, logré
alcanzarlo en el exterior, fuera de la galería.
−
¡Espera! ¡Para un momento, por favor!
Se
detuvo, pero no dignó a volverse hacia mí.
−
¿Qué quieres?
Me
quedé sin respiración, boquiabierta. No podía ser él, no podía ser la misma
persona. Su voz había sonado fría e incluso inhumana, sin el más mínimo rastro
de emoción… Me quedé un largo minuto sin saber que decir, desconcertada. Pero
ya había tomado la determinación de acercarme hasta él, no podía echarme atrás
ahora.
−Solo
quiero hacerte una pregunta, nada más…
−Pues
se breve. Llevo prisa.
Allí
estaba otra vez ese modo de hablar sin sentimiento. ¿Qué había sido del chico
del museo? ¿Tal vez estaba ocultó tras la pared de hielo de aquella voz?
−No
te entretendré… Solo quería saber... ¿Porqué acudes todas las tardes al museo?
¿Cómo consigues decir cosas tan bellas?
Entonces
se giró hacía mí, y solo pude ver odio en sus ojos. Su penetrante mirada me
dejó temblando, pero sus palabras fueron peores.
−No
tengo tiempo para estas estupideces. Así que déjame en paz…
Después
continúo caminando, y las brumas de la calle se lo tragaron. Ni siquiera
intenté seguirle…
Pasé
varios días sin regresar al museo. Con su colérica marcha se había llevado
todas mis emociones y mis energías. Lo único que hacía era estar tumbada en la
cama de mi hotel, preguntándome continuamente por qué no podía levantarme. ¿Por
qué sus palabras me habían afectado tanto?… Pero esas eran solo varias
incógnitas más a la larga lista que tenía su persona…
Cuando
por fin logré despertar de ese periodo de agotamiento e impotencia, me obligué
a mi misma a regresar. Era un día especialmente triste. El cielo gris,
encapotado tras unos densos nubarrones, no dejaba pasar ni un pequeño rastro de
la calidez del sol.
Cuando
llegué a las puertas del museo, comenzó a llover. Me resguardé en la entrada y
empujé las puertas para pasar al interior. Pero estas no se movieron. Continúe
intentando abrir la entrada, cuando noté una presencia a mi espalda.
−No
vas a lograr abrir. El museo hoy está cerrado, es día festivo.
Reconocí
aquel tono de voz con demasiada claridad. Seguía sin albergar emoción, pero al
menos no me mostraba desprecio. De todas formas, aun recordaba lo que me había
dicho unos días antes, así que no me giré hacia él.
−Llevo
paraguas…
Poco
a poco, su tono era más suave y dulce, y decidí al menos sostenerle la mirada.
Pero para mi sorpresa, no había odio en sus ojos, solo pude ver una gran
sonrisa en su rostro.
−Vamos,
te acompañaré hasta tu hotel…
Caminamos
durante varios minutos, y en todo el trayecto, él no dejó de hablar. Si soy
sincera, no recuerdo de qué. Solo sé que de vez en cuando su voz dejaba ver el
tono armonioso que utilizaba en el museo. Y me di cuenta de que no eran
imaginaciones mías. De que en su voz había un secreto, por muy loca y estúpida
que él me hiciera parecer, yo sabía que ocultaba algo.
Y
él no quería que yo lo supiera…
Finalmente
llegamos al hotel.
−Adiós,
y procura cogerte un paraguas la próxima vez.
Seguía
sonriendo, pero mi mente no se dejó engañar. Ocultaba algo, y ni siquiera su
más sincera sonrisa me haría cambiar de opinión.
−Sé
que me ocultas algo. –dije con voz dura y acusadora.
Vi
un rastro de miedo en sus ojos antes de que se girara, y con pasos rápidos,
desapareciera en las calles de la ciudad. Ahora no había logrado engañarme… Tenía
un secreto. Un secreto por el cual acudía cada tarde al museo a maravillar a la
gente con su voz y sus historias…
Al
día siguiente acudí pronto al museo. Era un día soleado, completamente opuesto
a la tarde de ayer. El sol hacía brillar el asfalto mojado, y la ciudad parecía
haber renacido. Una felicidad embriagaba mi alma y mis sentidos, y por ello,
sin darme apenas cuenta, llegue hasta él.
Acababa
de comenzar su relato, y sin miedo, me deje llevar por su armoniosa voz. Esta
vez recibí de lleno su mágico influjo, y sus palabras me guiaron hasta lugares
de ensueño y momentos mágicos. Mi alma se llenó con su dulce voz y no le dejó
espacio a nada más… Cuando terminó de hablar, mi rostro sonriente le buscó. Aun
no había salido del edificio.
Le
alcancé, e iba a rogarle que parara, pero no hizo falta. Él se detuvo. Esta vez
sí que se volvió y me miró a los ojos. Me sorprendió su mirada. No albergaba
odio, ni tampoco felicidad. Únicamente sabiduría, y algo que no logré
descifrar…
−Eres
maravilloso…
Aun
me encontraba bajo los efectos de sus versos, de sus relatos… No podía parar de
sonreír, de rememorar los momentos tan bellos que él había narrado. Pero su
mirada se agravó. Me miró serio y preocupado.
−No
tienes ni idea… ¡No me conoces! Así que no me digas esas cosas…
Por
primera vez lo encontré perdido, fuera de lugar…
−Claro
que sí. Tu voz es mágica, y consigue atrapar a todo aquel que la escucha…
−Deja
de hablar como si yo fuera alguien impresionante…
−Lo
eres.
−
¿En serio? Una vez me preguntaste porque acudía a museos a hablar cada tarde.
¿Quieres saberlo?
No
contesté. A partir de este momento comencé a intuir que tal vez la resolución
al misterio no fuera tan agradable como imaginaba… Pero él continúo.
−Yo
estoy condenado. Soy un ‘’eco del pasado’’ que no ha podido desaparecer… Y que
tal vez no lo logre nunca. No estoy vivo, pero tampoco puedo hallar la muerte.
Mi destino es vagar por este mundo, y mi único placer deleitar al mundo con las
historias de un pasado que he vivido y me esfuerzo en no olvidar… Tú no lo
comprendes. No soy maravilloso. Solo soy un fantasma…
Sus
palabras me pillaron por sorpresa. Su rostro se contrajo por la pena y el dolor, y las lágrimas
comenzaron a caer por su rostro. Iba a acercarme a él, quería consolarle… Pero
su cuerpo se fundió con las brumas que comenzaron a formarse, y simplemente,
desapareció.
Me
quede sola en aquel callejón, llorando por la pena de un fantasma…
Había
pasado ya un mes desde aquel día. Un mes en el que ni tan siquiera había tenido
valor para acercarme de nuevo al museo… Pero nunca me habían gustado los finales
tristes, y no podía permitir que nuestra historia tuviera este final tan
doloroso. Por ello, hoy estoy yendo de nuevo en el Museo de Orsay…
Cuando
entre por la enorme entrada de la galería, el reluciente blanco del interior me
dio la bienvenida. Y en mi camino, las obras de arte me parecieron viejas
amigas que me saludaban tras una larga separación.
Mi
instinto me guio hasta él, que se encontraba sentado en el suelo, apoyado en
una pared. Tenía la cabeza hundida, y una gran pena parecía afligirlo.
Me
senté a su lado y el alzó la vista. En ese momento, yo era la persona más feliz
de la tierra. En cambio su rostro mostraba desconcierto e incredulidad.
−Creía
que jamás volvería a verte…−me susurró− ¿Es que no me temes?
−No.
Nunca me han asustado los fantasmas… Me asusta más perder a un amigo.
−
¿Por qué has venido?
−Porque
eres una persona muy importante para mí... Todas las historias tienen siempre
un final feliz. Si no eres feliz, entonces no es el final… Por eso he venido.
Para buscar mi felicidad y la tuya, y que juntos hallemos un bonito final para
nuestra historia…
Entonces
cogí suavemente su mano, y juntos nos encaminamos a la búsqueda de una
felicidad que ya era nuestra y que tan solo debíamos encontrar…