sábado, 28 de abril de 2012

CAPITULO 1 (Parte 2)


Abrí lentamente mi armario para buscar la ropa que me iba a poner. Se escuchaba el suave murmullo de las voces de la gente que había en la plaza. Ya estaba todo preparado, pronto se llenaría de gente y cámaras y dos de nosotros irían a la muerte…
Observé las prendas que había, y elegí una suave camisa azul claro, que aún estaba bastante nueva y que antes había sido de mi hermano. Mi hermano… Tenía 18 años, él también podía salir elegido como tributo. Era de estatura normal, ni muy alto ni muy bajo y más fuerte que yo. Si saliera elegido tal vez podría ganar…
No quería pensar más en eso. Cogí un pantalón al azar y me cambié de ropa. Bajé a la cocina, intentando hacer el menor ruido al pisar las escaleras de madera, temiendo romper aquella aparente calma que ahora reinaba en mi casa. Estaban todos en la cocina, sentados en la mesa circular que había en el centro de la habitación. No hablaban, solo se miraban. Cuando entré, sus ojos se volvieron hacia mí y me hicieron señas para que me sentara con ellos. Nos quedamos allí sentados, sin hacer nada. Me dijeron que comiera algo, para tener fuerzas en el día de hoy, pero ni siquiera me lo planteé. Hoy mi estómago no iba a aceptar nada hasta que supiera que todos estábamos a salvo. Que ella estaba a salvo…
Mi madre se levantó de pronto, y mi padre y mis hermanos la siguieron. Ya era hora de ir a la plaza. Mi padre me dio una palmadita en el hombro, y una sonrisa se avecinó en sus labios, para intentar infundirme ánimos. Intenté corresponderla, pero solo me salió una mueca forzada.
Al abrir la puerta, las voces se oían con mayor claridad. Nadie sonreía, y la mayoría mantenían la cabeza gacha. Nos mezclamos entre la gente y fuimos hasta el centro de la plaza. Ya había un grupo de chicos allí. Conocía a la mayoría, amigos, compañeros de clase… Pero no nos saludamos. Tan solo intercambiamos miradas de comprensión. Esperé allí quieto, simplemente intentando calmar los latidos de mi corazón.
Entonces escuché una voz. Su voz. Me volví rápidamente, a tiempo para ver su vestido azul y su trenza, antes de que desapareciera entre la multitud. Deseé con todas mis fuerzas que ella no saliera elegida.
La plaza ya estaba llena. Era la hora de empezar... En el escenario provisional que hay frente al edificio de Justicia hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas de cristal, una para los nombres de los chicos y otra para los nombres de las chicas.
Dos de las sillas están ocupadas. Una por el alcalde Undersee y la otra por Effie Trinket, que este año luce una peluca rosácea y un vestido verde chillón. Los dos hablan entre sí.
En ese momento el alcalde se levanta y comienza su discurso. Es la misma historia de todos los años y estoy harto de escucharla, así que aprovechó esos minutos para buscar a la gente que conozco entre la multitud. Con tristeza me doy cuenta de que todos están tan aterrados como yo...
-Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias-dijo el alcalde finalizando su discurso.
Entonces lee la lista de los ganadores de los Juegos de este distrito. De dos, solo uno sigue vivo: Haymitch. Se acerca al escenario y se sienta en la tercera silla.
Effie Trinket se levanta, y acercando se al micrófono alegremente dice:
-¡Felices Juegos el Hambre! ¡Y que la suerte este siempre, siempre de vuestra parte!
Detesto esa frase. Es demasiado falsa. Yo se que mi nombre solo ha entrado cinco veces en la urna, porque no he tenido que pedir teselas. Pero ella sí. ¿Cuántas papeletas tendrá? ¿Veinte? 
La veo a lo lejos, pero ella no me devuelve la mirada. Está mirando a un joven alto de cabello oscuro que está en el grupo de los chicos de dieciocho años...

martes, 24 de abril de 2012

Mi relato: ''ECOS DEL PASADO''


Mis pasos eran lentos, indecisos. Me hubiera gustado pararme a observar cada obra con mayor detenimiento. Esculturas maravillosas, pinturas magníficas, fotografías espléndidas… Todas pasaban ante mis ojos sin que éstos pudieran dedicarles el tiempo necesario que tales obras  merecían. El Museo de Orsay era un lugar enorme y bello, donde el arte podía verse en cada pequeño rincón al que dedicaras tu mirada. El mismo edificio constituía en sí una obra de arte. De altos techos acristalados, por los que se filtraban delicados y juguetones rayos de sol y decoradas paredes con grandes blasones de diversos tamaños que se asemejaban a un inmenso campo en flor... Tal vez únicamente el gran reloj expuesto en la pared principal te hacía recordar que anteriormente este museo había sido una estación de trenes. Me imaginé recorriendo a toda velocidad este lugar en uno de aquellos viejos transportes, empapándome del inmenso aroma artístico del que estaba impregnado el aire…
Pero mi dulce fantasía no duró mucho. Tuve que detenerme al darme cuenta de que lo había perdido de vista. Corrí durante varios minutos por los inmensos pasillos blancos, procurando no chocarme con nadie, mientras buscaba su delgada figura entre la multitud. No respiré tranquila hasta que vi una melena rubia y revuelta a lo lejos. Intenté calmar los alocados latidos de mi corazón y volver a respirar con tranquilidad. Allí estaba. Era un muchacho alto, que se movía con suma gracilidad esquivando a la gente. Tenía la cabeza gacha, lo que no permitía ver con claridad su rostro de expresión afable y rasgos finos. Sus pasos eran largos, y no miraba ni un solo cuadro de los que le rodeaban.
En ese momento, se detuvo repentinamente. Alzó la cabeza y cogiendo aire lentamente, comenzó a habar. Ni tan siquiera le había dirigido una breve mirada al cuadro que había elegido, cuando comenzó a describirlo con las más bellas palabras jamás imaginadas. Su voz llegó poco a poco a todas las personas de su alrededor, que asombradas ante su mágica retahíla, detenían su paso para escucharle. Y así, poco a poco, un corro de deslumbrados oyentes se formó a su alrededor.
Intenté no dejarme sorprender por este hecho, siempre era igual. Llevaba tiempo siguiendo a este joven, y soy conocedora de sus habilidades. Por ello, aguardé a que terminara de hablar. Pero el tiempo pasaba muy lento. Las agujas del enorme reloj parecían no querer avanzar. Era como si el tiempo también quisiera detenerse para intentar oírle…
Yo nunca me había atrevido a escucharle. Tal vez por miedo a caer en su embrujo, o tal vez porque no quería formar parte de ese gentío que le escuchaba con los ojos desorbitados. Pero por una vez, la curiosidad resultó vencedora, y me acerqué hasta la última fila de gente. La voz fue llegando poco a poco hasta mí… Hablaba sobre el cuadro que tenía tras él. Sobre su historia, sobre lo que representaba. No me hizo falta observar la obra para saber como era, sus palabras me permitían verlo en mi mente. Sus frases formaban parte de la historia del mundo, de una historia de la que únicamente él era conocedor. 
 
El tiempo pasó muy rápido bajo el amparo de su voz, y cuando su último sonido se extinguió, todo quedo sumido en un silencio vacío. Mis mejillas estaban húmedas por las lágrimas que habían surgido de mis ojos al escuchar tan bella composición…
Era la primera vez que le escuchaba. Le había seguido por varios museos de París, pero en ninguno de ellos el miedo se había dejado aplacar por la curiosidad para poder acercarme a él. Pero el haberle escuchado no había disipado mis dudas acerca de su don, tan solo las había acrecentado. ¿Cómo lograba ser escuchado? ¿De dónde sacaba tan bellas palabras?
Su figura ya comenzaba a desaparecer entre la lejanía cuando salí de mi sopor y corrí tras él. Hoy no me iba a permitir perderlo. Hablaría con él, y con sus delicados versos me daría mi tan anhelada respuesta.
Andaba muy rápido, como si quisiera desaparecer. Pero con un gran esfuerzo, logré alcanzarlo en el exterior, fuera de la galería.
− ¡Espera! ¡Para un momento, por favor!
Se detuvo, pero no dignó a volverse hacia mí.
− ¿Qué quieres?
Me quedé sin respiración, boquiabierta. No podía ser él, no podía ser la misma persona. Su voz había sonado fría e incluso inhumana, sin el más mínimo rastro de emoción… Me quedé un largo minuto sin saber que decir, desconcertada. Pero ya había tomado la determinación de acercarme hasta él, no podía echarme atrás ahora.
−Solo quiero hacerte una pregunta, nada más…
−Pues se breve. Llevo prisa.
Allí estaba otra vez ese modo de hablar sin sentimiento. ¿Qué había sido del chico del museo? ¿Tal vez estaba ocultó tras la pared de hielo de aquella voz?
−No te entretendré… Solo quería saber... ¿Porqué acudes todas las tardes al museo? ¿Cómo consigues decir cosas tan bellas?
Entonces se giró hacía mí, y solo pude ver odio en sus ojos. Su penetrante mirada me dejó temblando, pero sus palabras fueron peores.
−No tengo tiempo para estas estupideces. Así que déjame en paz…
Después continúo caminando, y las brumas de la calle se lo tragaron. Ni siquiera intenté seguirle…

Pasé varios días sin regresar al museo. Con su colérica marcha se había llevado todas mis emociones y mis energías. Lo único que hacía era estar tumbada en la cama de mi hotel, preguntándome continuamente por qué no podía levantarme. ¿Por qué sus palabras me habían afectado tanto?… Pero esas eran solo varias incógnitas más a la larga lista que tenía su persona…
Cuando por fin logré despertar de ese periodo de agotamiento e impotencia, me obligué a mi misma a regresar. Era un día especialmente triste. El cielo gris, encapotado tras unos densos nubarrones, no dejaba pasar ni un pequeño rastro de la calidez del sol.
Cuando llegué a las puertas del museo, comenzó a llover. Me resguardé en la entrada y empujé las puertas para pasar al interior. Pero estas no se movieron. Continúe intentando abrir la entrada, cuando noté una presencia a mi espalda.
−No vas a lograr abrir. El museo hoy está cerrado, es día festivo.
Reconocí aquel tono de voz con demasiada claridad. Seguía sin albergar emoción, pero al menos no me mostraba desprecio. De todas formas, aun recordaba lo que me había dicho unos días antes, así que no me giré hacia él.
−Llevo paraguas…
Poco a poco, su tono era más suave y dulce, y decidí al menos sostenerle la mirada. Pero para mi sorpresa, no había odio en sus ojos, solo pude ver una gran sonrisa en su rostro.
−Vamos, te acompañaré hasta tu hotel…
Caminamos durante varios minutos, y en todo el trayecto, él no dejó de hablar. Si soy sincera, no recuerdo de qué. Solo sé que de vez en cuando su voz dejaba ver el tono armonioso que utilizaba en el museo. Y me di cuenta de que no eran imaginaciones mías. De que en su voz había un secreto, por muy loca y estúpida que él me hiciera parecer, yo sabía que ocultaba algo.
Y él no quería que yo lo supiera…
Finalmente llegamos al hotel.
−Adiós, y procura cogerte un paraguas la próxima vez.
Seguía sonriendo, pero mi mente no se dejó engañar. Ocultaba algo, y ni siquiera su más sincera sonrisa me haría cambiar de opinión.
−Sé que me ocultas algo. –dije con voz dura y acusadora.
Vi un rastro de miedo en sus ojos antes de que se girara, y con pasos rápidos, desapareciera en las calles de la ciudad. Ahora no había logrado engañarme… Tenía un secreto. Un secreto por el cual acudía cada tarde al museo a maravillar a la gente con su voz y sus historias…

Al día siguiente acudí pronto al museo. Era un día soleado, completamente opuesto a la tarde de ayer. El sol hacía brillar el asfalto mojado, y la ciudad parecía haber renacido. Una felicidad embriagaba mi alma y mis sentidos, y por ello, sin darme apenas cuenta, llegue hasta él.
Acababa de comenzar su relato, y sin miedo, me deje llevar por su armoniosa voz. Esta vez recibí de lleno su mágico influjo, y sus palabras me guiaron hasta lugares de ensueño y momentos mágicos. Mi alma se llenó con su dulce voz y no le dejó espacio a nada más… Cuando terminó de hablar, mi rostro sonriente le buscó. Aun no había salido del edificio.
Le alcancé, e iba a rogarle que parara, pero no hizo falta. Él se detuvo. Esta vez sí que se volvió y me miró a los ojos. Me sorprendió su mirada. No albergaba odio, ni tampoco felicidad. Únicamente sabiduría, y algo que no logré descifrar…
−Eres maravilloso…
Aun me encontraba bajo los efectos de sus versos, de sus relatos… No podía parar de sonreír, de rememorar los momentos tan bellos que él había narrado. Pero su mirada se agravó. Me miró serio y preocupado.
−No tienes ni idea… ¡No me conoces! Así que no me digas esas cosas…
Por primera vez lo encontré perdido, fuera de lugar…
−Claro que sí. Tu voz es mágica, y consigue atrapar a todo aquel que la escucha…
−Deja de hablar como si yo fuera alguien impresionante…
−Lo eres.
− ¿En serio? Una vez me preguntaste porque acudía a museos a hablar cada tarde. ¿Quieres saberlo?
No contesté. A partir de este momento comencé a intuir que tal vez la resolución al misterio no fuera tan agradable como imaginaba… Pero él continúo.
−Yo estoy condenado. Soy un ‘’eco del pasado’’ que no ha podido desaparecer… Y que tal vez no lo logre nunca. No estoy vivo, pero tampoco puedo hallar la muerte. Mi destino es vagar por este mundo, y mi único placer deleitar al mundo con las historias de un pasado que he vivido y me esfuerzo en no olvidar… Tú no lo comprendes. No soy maravilloso. Solo soy un fantasma…
Sus palabras me pillaron por sorpresa. Su rostro se contrajo  por la pena y el dolor, y las lágrimas comenzaron a caer por su rostro. Iba a acercarme a él, quería consolarle… Pero su cuerpo se fundió con las brumas que comenzaron a formarse, y simplemente, desapareció.
Me quede sola en aquel callejón, llorando por la pena de un fantasma…

Había pasado ya un mes desde aquel día. Un mes en el que ni tan siquiera había tenido valor para acercarme de nuevo al museo… Pero nunca me habían gustado los finales tristes, y no podía permitir que nuestra historia tuviera este final tan doloroso. Por ello, hoy estoy yendo de nuevo en el Museo de Orsay…
Cuando entre por la enorme entrada de la galería, el reluciente blanco del interior me dio la bienvenida. Y en mi camino, las obras de arte me parecieron viejas amigas que me saludaban tras una larga separación.
Mi instinto me guio hasta él, que se encontraba sentado en el suelo, apoyado en una pared. Tenía la cabeza hundida, y una gran pena parecía afligirlo.
Me senté a su lado y el alzó la vista. En ese momento, yo era la persona más feliz de la tierra. En cambio su rostro mostraba desconcierto e incredulidad.
−Creía que jamás volvería a verte…−me susurró− ¿Es que no me temes?
−No. Nunca me han asustado los fantasmas… Me asusta más perder a un amigo.
− ¿Por qué has venido?
−Porque eres una persona muy importante para mí... Todas las historias tienen siempre un final feliz. Si no eres feliz, entonces no es el final… Por eso he venido. Para buscar mi felicidad y la tuya, y que juntos hallemos un bonito final para nuestra historia…
Entonces cogí suavemente su mano, y juntos nos encaminamos a la búsqueda de una felicidad que ya era nuestra y que tan solo debíamos encontrar…

NEWS

Antes de subir más capitulos de ''LJDH version Peeta'' voy a planear la historia, para así no quedarme bloqueada a mitad. Para el sabado seguramente (al menos lo intentaré) subiré la siguiente parte. 
Pero ahora, voy a subir un relato, a ver que os parece. No tiene nada que ver con LJDH, es solamente un relato. Espero que os guste.

jueves, 19 de abril de 2012

CAPITULO 1 (Parte 1)

El sol comenzaba a despuntar por el horizonte y deslizaba sus delicados rayos de luz por una grieta de la ventana. Alcé mi mano y dejé que los rayos la iluminaran levemente. La luz me brindó una calidez agradable y tranquila, y creó delicadas sombras en mi piel... Sonreí y respiré hondo. Un agradable olor a pan recién hecho llenó todos mis sentidos. Caí rendido de nuevo sobre las sábanas, dejándome eclipsar por aquel agradable olor. Sabía que ya era muy tarde, pues la luz del sol se filtraba e iluminaba levemente mi habitación, pero no pareció preocuparme. Pasaban los minutos y no conseguí dormirme de nuevo. Debería levantarme ya... Pero, ¿por qué mi padre no me habrá llamado hoy? Hay que preparar pan, pasteles, galletas... Y pronto comenzarán a venir los clientes a la panadería y... Oh, claro. Lo había olvidado... Hoy no vendrá nadie. Hoy es el día de la cosecha...
Ese fatídico y horrible día en el que son seleccionados un chico y una chica de cada Distrito para convertirse en los tributos que participarán en los Juegos del Hambre. Unos juegos creados por el Capitolio, la ciudad que nos gobierna, o mejor dicho, que nos mantiene sometidos a todos. Tantas vidas perdidas por su culpa en aquel horrible espectáculo de lucha a muerte... Muchos de sus rostros aun siguen en mi memoria, agonizantes o con la locura de la muerte en sus ojos. Y lo peor no es saber que uno de tu amigos, hermanos, vecinos, primos... puede ser seleccionado. Sino la brutalidad de tener que verlo por obligación. Pues los Juegos del Hambre no solo son una lucha que demuestra el poder del Capitolio sobre los 12 Distritos, sino que es grabado y televisado para que los habitantes en la ciudad lo vean y se diviertan. Es tan horroroso, tan triste...
Me levanté de un salto y abrí la ventana con fuerza. Tal vez la luz del día pudiera sumir en la oscuridad aquellos recuerdos... Entrecerré los ojos hasta que estos se acostumbraron, y observé la plaza. Era bastante grande, para dar cabida a muchas personas, aunque no a todos los habitantes de este distrito, el 12. Aún no era muy temprano, pero sabía que a medida que avanzara la mañana se iría llenando de gente y cámaras. Porque incluso la elección de los tributos debía ser grabada y emitida. Un chico y una chica de entre 12 y 18 años irían a la muerte o a la gloria este año. Y eso me incluye a mí, que tengo 16. Aunque eso no me preocupa. Bueno, si.  No quiero morir ni verme obligado a matar a nadie. Pero mi preocupación es mayor por otra persona. Sin poder evitarlo, el recuerdo de sus ojos grises acudió a mi mente...

¿Para qué este blog?

Todos los que hemos leído la grandiosa trilogía de Suzanne Collins hemos intentado imaginarnos como sería verlo todo a través de los ojos de Peeta Mellark. La historia esta escrita en primera persona, es decir, es contada por Katniss Everdeen, por ello, nunca hemos podido imaginarnos los pensamientos de Peeta. Y eso es lo que yo quiero hacer. Escribir lo que él ve, siente, piensa... 

Espero de corazón que os guste.